Rancho "As de Oros", en el Pueblo Mágico de Bacalar.
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miércoles, 23 de abril de 2014
lunes, 21 de abril de 2014
Necesito Un Alma
El
último año de mi existencia, había dejado una inusual huella de tristeza por la
repentina pero esperada muerte de mi hermano mayor, primogénito y único que me quedaba de sangre. A nuestra
madre todo se le guardó con celo y por así decirlo con cierta digna vergüenza.
Todos lo comprendían pero nadie se atrevía a contrariarme. Lo admiraba
profundamente por sus logros alcanzados en lo personal, en su carrera profesional
e inclusive en lo intelectual como director editorial del periódico donde
trabajó doce años consecutivos cosechando premios y reconocimientos. El que más
recuerdo fue el que recibió en la Residencia Oficial de los Pinos, en la Ciudad
de México. Por aquellas fechas no podía acompañarlo ni el dueño del rotativo,
ni dama alguna, ni su hijo mayor de diez y ocho años que en soltería
empedernida engendró con alguna mujer sin compromiso de amor. Era la primera
vez que me invitaba y que aceptaba acompañarlo, pretexté coincidir en la compra
de ropa de salida de temporada ó Outlet
de las fábricas de ropa de moda donde adquiría regularmente para mi propia boutique y clínica de belleza que estaba
muy de moda en nuestra propia ciudad de origen. Un negocio que me había hecho
muy conocido entre la clase alta. La verdad que el motivo de la generosa invitación
no era esa y ambos lo sabíamos. Nuestra madre estaba enferma de gravedad y yo y
mi vida disoluta, como el llamaba a mi homosexualidad y sus efectos colaterales
hacia su imagen, nos mantenían en lo que el llamaba una sana distancia. Te
tengo que hacer una de esas confesiones que uno jamás debe ejecutar en la vida,
y a treinta mil pies de altura me confesó una terrible noticia. Estoy “arañado” desde hace tres años y estoy
por entrar en mi fase terminal. En menos de tres meses seré consumido por el
VIH. Y así fue. Un devastador cuadro mixto de neumonía y dengue hemorrágico lo
mató. El treinta y uno de julio de dos mil doce, de manos del propio Presidente
de la República, recibió el Premio al Periodismo Nacional 2012 y justo dos
meses después falleció a la edad exacta de cuarenta años. Ese día le confesé a
mi madre por fin, que para empezar amaba a todos los hombres no sólo
espiritualmente como Cristo mandó, sino también carnalmente como María
Magdalena a Jesús. Me abofeteó con la fuerza vital de una madre ya sin vigor,
ya con la salud menguante por la pena de un hijo muerto por la misma causa y
por otra más grande, la de saber que su hijo menor y único que le quedaba
moriría irremediablemente por la misma causa. Más me ha dolido que no me
confieses lo que eres. Estoy infectado también al igual que mi hermano de sida,
Madre. Y el tiempo que me quede de vida seguiré disfrutando y amando la vida
pero sin perjudicar a nadie. Nosotras, siempre sabemos lo que son nuestros
hijos, salen de nuestro vientre y un cordón umbilical cercenado no impedirá
jamás por el resto de la existencia que con ello se agoten los influjos entre
una madre y tú, hijo mío. Suspiraba con un llanto inmenso y conmovedor que le
inundaba los ojos como de una virgen perpetua que santifica con solo venerarla
con la mirada. El alma de un hombre es creación y herencia de la madre, el
padre si acaso, sólo estimula la llegada de un ángel que venga a anunciarnos
que un nuevo ser humano nacerá y ya se forma en el vientre de todas nosotras:
solteras, casadas, prostitutas ó disolutas. Todas somos santas, así sea que
consigamos el pan de cada día de formas aceptables ó indecorosas para quien
juzga con el mismo dedo que la muerte corromperá en miserables despojos a todos
por igual. Yo te amo hijo tal y como eres. Me abrazó con mis cabeza entre su
pecho, como queriendo que el tiempo retrocediera en aquella época que solo bastaba
el elixir de sus senos para vivir eternamente y no conocer las desgracias de
éste mundo que debe ser recorrido para unos en poco tiempo y para otros hasta
que el cuerpo le permita por definición genética permanecer longevamente en
ésta tierra. No es mi caso tampoco. Ya mi tiempo está pactado y sé que me queda
poco tiempo de vida.
Con
treinta y tres años cumplidos en éste día treinta y uno de Enero de dos mil
trece me he levantado temprano y me siento desbordante de felicidad infinita,
casi celestial diría yo. Soy ateo y ése es otro pecado por lo que a mi madre le
atormenta que yo muera. Además de sodomita, ateo. Hoy no siento ninguno de esos
pesares hoy estoy dispuesto a perderme y disfrutar de la vida, pues mañana no
es seguro que yo despierte de nueva cuenta con éste ánimo. Eran las seis de la
mañana y no hacía menos de seis horas que me había acostado a dormir en mi
departamento y a pesar del desvelo me sentía más vivo que nunca. Las tristezas
del año pasado habían desaparecido por obra y gracia considero de mi propia
voluntad más que por atributo divino. Una vez aseado por completo y recién
salido del baño tomé el teléfono y quise llamarle a mi madre para obligarla a
felicitarme por ser día de mi cumpleaños, pues sabía que a las siete de la
mañana se levantaba y antes de su desayuno medicado, se leía completo el
periódico matutino ¡Por Esto! Único al que creía que decía la verdad por que
ahí su hijo había fungido como director editorial y las madres por esos son
santas por que piensan que aún existen en la vida cosas incorruptibles. No
contestó nadie, ni la enfermera encargada al cuidado de mi madre. Dejé un mensaje
en la contestadora por motivo de que la lentitud de la enfermera no la hacía
llegar pronto al teléfono y le suplicaba le hiciera repetir el mensaje a mi
madre para que lo escuchara con atención puesto que también incluía una
vehemente disculpa por si no llegaba a casa de mi madre ese día por lo ajustado
del itinerario de mi tour que me
había regalado a mí mismo en éste día. De todos modos ella conocía mis rutas de
escape cuando quería estar con alguno de mis amantes. Ella les llamaba rutas de destrampe. Como siempre las
madres nuestras también tienen la venia de la última verdad en la punta de sus
sacras lenguas, hasta las palabras prosaicas y vulgares que los demás
proferimos sin el menor desenfado, producidas por sus sagradas cuerdas vocales
son como otro tipo de ruegos y rezos a dios. El itinerario marcaba en primer
lugar un desayuno sobre un yate contratado para llevarme a través del río hasta
llegar a un hermoso lago cercano a la ciudad y que me fascinaba por sus exclusivas
cabañas que se asentaban a un lado y otro, pero sobre todo por la discreción de
no cuestionar nada sobre mis tantas parejas que invitaba para seducirlos en tan
paradisiaco lugar. Supongo que fue la misma estratagema que Eva ofreció a Adán,
cuando el entorno es propicio y las condiciones están dadas con un siseo
cómplice de la serpiente basta para desencadenar los deseos más profundos y
apasionados. Esta vez voy solo me dije, quiero disfrutar éste día yo solo, ya
veré si me animo a invitar a alguien ya una vez estando ahí mismo. En la
recepción de la marina me dieron sin mayor trámite las llaves del maravilloso
bote que renté y apenas alcancé a ver que un pequeño niño como de tres años se
despedía de mí en la punta del muelle de madera. Una madre desesperada corría
tras de él para alcanzarlo y lo abrazó como arrancándolo de un imán invisible y
mortal que bajo el agua lo forzaba a acercarse más allá de la orilla del muelle
que ahora me encontraba abandonando. Observé fijamente a la madre en ademán de
despedida para amainar su estado de ánimo pero ella ni siquiera me
correspondió, el terror del que había sido presa en esos momentos considero que
no se lo permitió. Yo mismo conducía el bote, la confianza del propietario del
club de yates y dueño de la marina y mi indiscutible gusto por los paseos
privados con mis amigos y amantes, me convertían en un cliente distinguido y de
todas las confianzas para otorgarme el capricho de éste día. Adentrándome a
gran velocidad por la desembocadura del río limpio y hondo por la estación de
sequía del pleno invierno, me dejaba apreciar más que nunca el estero que tenía
que atravesar por vez primera antes de alcanzar la entrada de la Laguna
Turquesa, como era conocida ésta hermosa cuenca de aguas inigualables de color
de Mar Caribe pero con las ventajas de un sin sabor salado ni la irritación
ocular características soportables sólo por las sirenas. A mitad de tramo del
estero del río me invadió una sensación de soledad y desesperación justo en una
bifurcación que decidía si tomaba rumbo a una pequeña laguna superpoblada de
visitantes y nada deseable para mí en éste día tan especial ó me internaba
definitivamente en los llamados rápidos
que me conducirían a mi destino final: la Laguna Turquesa. Detuve el bote. No llevaba
conmigo el smartphone por decisión
propia, así que ni siquiera contaba con navegación satelital, aunque sí, con la
brújula en el panel de navegación y de controles del bote. Observé la posición
de la aguja que siempre marca el norte magnético y recordé como por iluminación
divina la palabra ¡Izquierda! Confieso que no deduje la ruta correcta a tomar
por indicación precisa de la brújula, más bien fue por un ebrio recuerdo de un
amante ocasional con el que había recorrido antes la misma ruta y quien sí era
realmente un experto en el manejo y eficiente conocedor de las rutas de paseo
río adentro. Era de un físico de hermosa figura vaticana. Lo digo por la
perfección del David de Miguel Ángel, no por la supuesta y sagrada ubicación de
la hermosa obra y del bello modelo, amante del gran artista italiano. Me
tranquilicé y decidí darme un chapuzón en ése paraje idílico que muy pocos de
mis coterráneos han tenido la suerte de disfrutar. Antes abrí la nevera que
estaba exquisitamente provista de sidra de manzana martinelli, cerveza bohemia
y red bull a granel. Hoy me
consintieron exclamé con los brazos abiertos y en la soledad del paraíso
terrenal, aun cuando sabían que me iría solo por única y primera ocasión. No
tomé nada. Sólo volví a cerrar la nevera y me zambullí cual buen nadador que
soy. El calado en el estero es muy bajo, no mayor a cuatro metros en su parte
más profunda y de apenas metro y medio en su parte más baja. No se como le
hacían los piratas para penetrar las virginales aguas de la bella Laguna
Turquesa, me comentaba a mi mismo en un monólogo exquisito de aguas
cristalinas, frescas y de inigualable color, temperatura adecuada para la
estación. Sentí deseos de saber la hora, pero tampoco me puse mi reloj, solo el
contraste de mi piel bronceada sobre la clara marca de mi muñeca derecha me
recordaba que el día de hoy había tomado decisiones de libertad y no de
aprehensión. Calculé que ya debía de haber transcurrido más de una hora entre
mi pánico momentáneo, mis goces acuáticos y mis monólogos existencialistas que
salían a relucir a flote presionado por las constantes inmersiones bajo el agua
turquesa del estero, y que por alguna razón no deseaban ser arrastrados por la
leve corriente que las devolvería nuevamente a las profundidades del río tan
hondo e inescrutable como mi vida, la misma que he llevado y que era el día de
mi propio momento de reflexión y de valoración de cuanto he hecho. En el fondo
ese era mi mejor regalo: enfrentarme a mi propio juicio final. Asomé la cabeza
y el bote se encontraba ya atascado y detenido momentáneamente entre los
manglares. No bajé el ancla. Me reproché a mí mismo la torpeza que ni siquiera
un navegante inexperto hubiese cometido y nadé ágilmente por debajo del estero
pues la leve corriente y mi propia velocidad triplicaban mi urgente necesidad
de alcanzar el bote y retomar el camino nuevamente. Lo logré. Me subí exhausto
y sin más chingaderas filosóficas
continué mi viaje por el estero ya sin más pensamientos que el de atravesar los
rápidos y llegar mi ansiado destino.
Justo
en la desembocadura del estero con la laguna se encuentran los rápidos, también en éste punto hay que
descender la velocidad sin apagar el motor para poder maniobrar con pericia entre
la estrecha salida sin obligar al bote a una forzado y peligroso acercamiento a
cualquiera de sus orillas. Del lado derecho y por la hora y el día era probable
que el capataz de la cabaña privada más hermosa de toda la cuenca de la laguna.
Se encontrara descansando en su hamaca
en el corredor, vigilando como siempre el paso obligado. No había nada colgado,
todo se encontraba cerrado. Por la velocidad media a la que pasé por los
rápidos y por lo extenso del terreno de ésta propiedad de todos modos grité el
nombre del capataz con todas mis fuerzas. Nadie contestó. Situación un tanto rara
para una propiedad de ésta magnitud siempre estaba celosamente resguardada.
Seguí llamándolo hasta terminar de espaldas del volante y terminar de salir de
los rápidos. Él capataz, hombre maduro y de cuerpo curtido por el trabajo,
también había sido un amante furtivo. De aquellos que no te explicas el motivo
por el que haya sucedido tan pasional ocasión. Pero sí lo sé en el fondo de mí.
Extrañé mucho que no saliera a saludarme ó cuando menos sin contestar me
observara fijamente como lo hacía en algunas ocasiones cuando pasaba por el
mismo lugar pero acompañado. En tales ocasiones, cruzábamos la mirada y
sonreíamos juntos de manera cómplice y fugaz.
Por
fin entraba a la laguna y podía acelerar con toda la potencia que el bote me
podía proveer. Ni siquiera lo intenté. Un grupo de bebés de menos de cinco años
eran bañados por las tranquilas aguas de la Laguna Turquesa. Todas estaban
sentadas encima de los estromatolitos que
hacía millones de años se habían formado en las orillas de ésta hermosa laguna
para asombro de propios y extraños, gente común y corriente y científicos de
todo el mundo que han venido a estudiar a los piedrones vivos que es como nombra mi madre a éstos extraños especímenes
endémicos. El decoro por no salpicar de modo agresivo y presuntuoso con mi
apantallante y deportivo yate, me impidió realizar una espectacular entrada a
la laguna. Me alejé lo suficiente y entonces sí que aceleré. Mi corazón también
lo hizo. Estaba cerca mi destino de descanso final, el que yo mismo había
cuidadosamente elegido en el exclusivo club de cabañas ecológicas y en la mejor
de ellas. Pasaría un fin de semana de ensueño, como nunca antes y lo mejor de
todo. Solo. Ya avistaba el muelle de mi destino, más adelante un conjunto de
embarcaciones se arremolinaban entorno al centro de la laguna. Alguna tradición
religiosa de los lancheros que pasean a los turistas. Pobre gente de éste mundo
siempre agradeciendo a quien nunca los escucha y nada les da. No hay nadie a
quien agradecer. Es su propio esfuerzo el que los redime y aleja de la pobreza
y la belleza de ésta laguna. No hay nada más venerar. Arribé al muelle y lancé
mi cabo para afianzar mi bote. Miré dentro de la embarcación al mismo tiempo
que daba un increíble salto al entarimado y caí en la cuenta de que no traía
ninguna maleta ó equipaje por pequeña que esta fuera, nada, ni una sola muda de
ropa. Encogí los hombros y seguí mi camino dispuesto a que nada perturbara mi
gozoso itinerario de la felicidad que llegaba a su punto más fascinante, mi
final estancia de celebración. Llegué a la recepción de navegantes ó Puerta de Mar como elegantemente
nombraban al diminuto gacebo de madera dura de la región y bellamente tallado
con grecas y motivos de la cultura maya y que daba un coctel de bienvenida a
todos los huéspedes que llegábamos vía la laguna. No había absolutamente nadie.
Salude en voz alta, casi gritando. Nadie contestó. Me dirigí con rumbo a la
cocina, quizá ahí mi amigo el chef se encontrara con toda seguridad en los
preparativos del almuerzo de las tres que no faltaba mucho tiempo en cumplir su
plazo. Tampoco encontré a nadie. ¡Puta madre que broma es ésta! Y me sobresaltó
un anciano sentado en un asiento de sección de árbol de acabado rústico, ropas
blancas, sandalias de cuero, elegante sombrero de jipijapa y con su bastón en la mano derecha apuntaba hacia la
laguna. ¡Vete ahí! ¿Qué? No entiendo que pasa. Mejor espero. Se levantó y me
impresionó su altura, pues me seguía pareciendo un indígena de la región y sin
dejar de apuntar con su bastón con energía y hacia el mismo grupo de
embarcaciones, su dignidad e impostura me hizo obedecerlo. Sin discutirlo más
tomé de nuevo la embarcación a baja velocidad. No pretendía interrumpir de
ninguna manera lo que fuera que estuvieran haciendo en medio de la laguna, en
tal concentración de personas y con una ceremonia en proceso de cumplimiento.
Soy un hereje, pero no uno intransigente e irrespetuoso.
Apagué
el motor para no ser notado como un curioso ó profano extranjero que juega al
interesado por todo lo que hacen, dicen y creen los nativos de éste hermoso
lugar.
En
realidad todas las embarcaciones rodeaban a una sola. En una de ellas se
encontraba el capataz y varios conocidos del pueblo de la comunidad. En otras
muchos amigos íntimos, bellas señoritas a las que tanto disfrutaba vestirlas.
En otras dos más, mi amigo el dueño de las cabañas, algunos empleados muy familiarizados
conmigo y el propio chef. Y muchas varias embarcaciones más, gente que
desconocía por completo. En el centro una mujer mayor llevaba una urna de
cenizas y se acercó a la orilla de la embarcación. Vertiendo hasta el último
grano de su contenido a la Laguna Turquesa y con los ojos inundados de sagradas
lágrimas de una madre que ha perdido por segunda vez a un hijo y por la misma
lacerante causa. Ella exclamó con vista al cielo de la hora nona. Y vaciando todas las cenizas contenidas en la urna, exclamó: ¡Necesito un alma para ti, hijo mío!
FIN.
Cuento II de la serie: "Cuentos para Antes de Partir", 2013, Aguilardo.
Everst Domingo Escalante Aguilar
(1979-2012)
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jueves, 13 de febrero de 2014
Tu Nombre
Piedra es tu nombre:
pues al irte proclamando,
mi alma solidificaste.
Piedra eres tú:
intensa como el azul maya,
de cubiertas turquesas el velur.
Aerolito de Cronos:
diamante entre escondrijos,
¡de extasiados lamentos!
Oro incorruptible:
pedernal invisible,
gema impronunciable...
Tu nombre jamás olvido:
que en el firmamento inscribo,
¡y en el rincón más proscrito!
¡Tu nombre!*
"Los pies de la Xtabay", Aguilardo: 2011. Grafito sobre papel marquisa.
*Poema perteneciente al libro de poesía: "Poemas y Cantos Marinos De Mi Geografía Amatoria"
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Xtabay
Ubicación:
Chetumal, Quintana Roo, Mexico
miércoles, 12 de febrero de 2014
Maleta Llena, Corazón Vacío
No lo puedo negar, habían sido doce hermosos días de merecidas vacaciones –todos tendemos a creer que las merecemos-, en un exclusivo Resort de esos que ahora te venden todo incluido y no tienes más que mover un dedo aquí y allá y cual emperador romano esgrimir el brazalete en la muñeca de tu mano izquierda –en mi caso-, el sello de la casa real a la cual perteneces y exigir que por la módica suma que has pagado, te sirvan hasta el lugar de tú ubicación ó habitación –en mi caso una Luxury Master Suite-, todo cuanto desees y mandes ordenar. Mi familia, se compone actualmente de mi joven y bella esposa, treinta y un años menor que yo y por lo que juntos sumamos un siglo de edad. Beneficios del éxito tardío. Hemos procreado un hijo –es mi cuarto y único varón, yo le digo machito aunque se enoje su progenitora-, no recuerdo cuantos años tiene. ¿Cinco ó serán seis? La verdad que hasta ni sé si ya empezó la primaria ó no, de esos detalles que se encargue la madre, a mí qué más me da. Teniendo ya tres hijas con mi primera esposa, todas mayores de edad y bien logradas en la vida. No me refiero al asunto exclusivo y misógino de que estén bien casadas, no, en lo absoluto, por favor les suplico que no piensen eso de mí. La regla de éxito a la que invoco más bien se refiere a que todas de carrera admirable y trabajo envidiable. Eso sí, nada de envidia de la buena, que la envidia es envidia y no hay de la buena ni de la mala, así como no hay crítica constructiva ó crítica destructiva. Todas las críticas son reconstructivas y si en verdad te precias de ser inteligente, tomarás las piedras que arrojan a los pies tus enemigos, lo atesorarás como invaluable material para construir tu propio reino. Por otro lado hay que admirar a quien en ésta época de tanto desempleo, posea tal lujo de tener uno y sobre todo conservarlo –ya sea éste obtenido por herencia ó influencia familiar que es cosa muy común hoy en día-, hoy celebro no pertenecer a ninguno de esos casos comunes y corrientes, además de ser exitoso como yo lo he sido hasta ahora, recién cumplidos mis primeros sesenta y nueve años. Volviendo al asunto de mis hijas, ellas heredaron el ¿cómo lo digo en una sola palabra? charming de su madre. Belleza y distinción. Todas sin excepción, me sacaron cada una, la garra de la fiereza y el corazón frío de la verdadera acción en el momento del combate por lo que más desean y no dudan en hacer despojos a quien se atreva a medir intelecto ó a minimizar sus esfuerzos por la ventaja de ser “bonitas”, es una distinción que torpe del hombre que la use como señuelo de atracción, simplemente no lo soportan y se lanzan a la encarnizada destrucción del caballero hasta reducirlo a huesos para las hienas, sus mejores dotes intelectuales salen a relucir para demostrar que la belleza es una desgracia en ellas más de una bendición ó regalo de los dioses como antes se creía tajantemente y sin dudarlo. ¡Mujeres con letras todas mayúsculas las hijas mías! En el fondo siempre he pensado que si antes de nacer se les hubiese mostrado la balanza de peso entre belleza e intelecto, a coro las tres, me parece escucharlo: ¡Más peso a la inteligencia! Casi podría decirse que odian ser bellas e inteligentes al mismo tiempo y en tal portento de medida. Aún siendo mis hijas no las entiendo, digo quién las entiende a ellas tan bonitas, ¡¿Qué he dicho?! ¡Tan inteligentes! Les confieso que jamás he visto tal combinación en ninguna mujer en mi vida, como las tres hijas mías, y por triple me ha salido el magnífico tino. También la modestia, esa es otra virtud mía de las que no pongo en discusión jamás, mucho menos ahora que, ¡Todo lo he logrado!
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! Sonaron los golpes viriles y perfectamente acompasados de la puerta de la Luxury Master Suite. Durante todo éste tiempo me había encontrado en el baño tomando un reparador hidromasaje y ya frente al espejo y con la bata bien ajustada y elegante como si fueran a embalsamar al último faraón sobre la tierra, me dediqué a rasurar mi dispareja barba y mis escasos bigotes de doce días sin afeitar. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! Y mi mano trémula hizo una floritura desacompasada sobre mi cuadrada mandíbula izquierda de asesino, según dictan los cánones de los perfiles psicológicos de los grandes criminales y psicópatas que han existido. Afortunadamente yo soy de los que domaron a la bestia interior y aportaron a la humanidad, antes que saquearla y no todo lo contrario que la mayoría a la cual me precio de no pertenecer. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! Ya voy. El ruido proveniente de la puerta no era por mucho sonora, sino más bien una ahogada, como si aquella persona que deba escucharla de manera obligatoria se encontrara a lado mío ó fuera el esclavo que abanica al Rey mientras hace cualquier superficial ademán de espera a la antesala al fastidioso solicitante de una importante pero impertinente audiencia real. En verdad, que no reparé en la sangre que bordeaba el filo de mi rostro hasta agolparse en el centro de mi barba que ya formaba una apreciable estalactita que como daga escurría y ensangrentaba tímidamente mi pecho y el borde de mi bata hasta entonces pura y sin mancha. Enmudecido por el enfado, ninguna palabra pudo ser pronunciada de mis cuerdas vocales. Con un giro de ciento ochenta grados hermoso y perfecto de ballet ejecutado de un bello sílfide cual soy yo, giré en dirección contraria e intenté abrir la puerta del closet del cuarto de baño en un solo giro de muñeca pero esto no fue posible, de hecho es imposible que las cosas salgan a la perfección cuando va muy adelantada a nuestras decisiones la ira, que aun cuando sea divina y provenga del mismísimo Cristo Salvador no es justificable en cualesquiera de sus formas, y al igual que él, reconocer sinceramente que fue un desgastante exceso espiritual el tratar de componer el mundo y sus inmundas cosas en un solo arrebato de ira. Por lo tanto, ¡Ira largo de mí! Me vi a mí mismo en la penosa necesidad de tener que soltar vehementemente el pomo de la puerta y dejar escapar un largo, sonoro y vibrante ¡Om! de mi aterciopelado y característico timbre de voz, resultado de mis añejas clases de yoga para recuperar al siempre ecuánime caballero que soy. La puerta se abrió sola como demostrando que el milagro del autocontrol existe, aunque no termine de reconocer jamás que Deepak Chopra es un iluminado y tiene en ésta ocasión toda la inmisericorde ventaja de la razón a su lado. Osho intercede por mí. Di un paso hacia fuera del cuarto de baño con un aura de paz y espiritualidad nunca antes vista en mí y justo después del segundo paso para terminar de salir del vaporoso espacio, caí al piso estrepitosamente sin la más mínima dignidad a mi persona, fue entonces sí cuando los dos mil demonios desechados por el Nazareno, aquellos cerdos que se desbarrancaron al precipicio y nadie sabe a donde fue a parar esa legión de malos espíritus al morirse tales animales, y los cuales percibí en toda su satánica grandeza poseer mi alma. Me reincorporé sin aire en los pulmones pero de forma ágil auxiliado por aquellos dos mil demonios, despeinado, desencajado, ojos desorbitados, dientes de sable y sudor frío en la frente producto del intenso dolor contenido y volví a enfilarme a la puerta de la suite. ¡No era posible que nadie atendiera la puerta y yo el gran Míster Éxito –como dicen los gringos y que solo aprendí de su global idioma algunas palabras de mi primera esposa-, tuviera que abrir la puerta en persona! Parecía la maratón de cuarenta kilómetros que Goliat recorría en enormes cuarenta pasos y que en su aparatoso andar formaba vórtices, tifones, huracanes, maremotos y tsunamis con sus descalzos y humedecidos pies. La esquina de la mesa de centro terminó de herir de muerte la canilla izquierda del gigante que ya dando tumbos cerca de la puerta terminó nuevamente en el piso golpeando con la coronilla de su cabeza la parte inferior del gran vano de acceso principal a la suite. Esta vez y nuevamente auxiliado por los dos mil demonios se reincorporó con dignidad casi divina, como en aquel episodio bíblico cuando el Maestro ordenó a Lázaro: ¡Míster Éxito levántate y anda! La puerta se abrió con ceremoniosa lentitud y una hermosa camarera sin inmutarse por todo lo extrañamente escuchado desde su posición de afuera minutos antes le acercó cuidadosamente la gran bandeja de comida que le acercaron hasta tocar ínfimamente su estómago pero en grado suficiente para haberlo sentido. Una gota de sangre coagulada cayó en la orilla de la charola. El exitoso hombre de negocios gritó, ¡¿Dónde está mi mujer y mi hijo?! La hermosa camarera sin inmutarse y contestar, hizo un marcial y firme ademán de abrirse paso hacia el interior de la suite y que conociendo seguramente hasta con los ojos cerrados el camino a través de toda la Luxury Master Suite con rumbo hacia el balcón con vista el mar, depositó elegantemente y de uno en uno sobre la mesa de la terraza el contenido de la charola e inclusive sirvió en un vaso de cristal jugo de arándano que tan especialmente había ordenado todos los días el señor. El exitoso hombre de negocios y sus dos mil demonios la escoltaban tras de sí con toda su furia, era para erizarle la piel a cualquier ser humano. No fue hasta que con la bandeja vacía bajo su brazo derecho se dedicó a esgrimirle a la bestia endemoniada una faena con su mano izquierda enguantada como capote para hacerlo sentar en una de las únicas dos sillas existentes, aquel energúmeno sintió la espada de la inteligencia penetrar su lomo hasta hacerlo sentarse como locomotora a la que justo en ése punto del trayecto se le ha acabado el combustible y ya no hay más marcha hacia adelante, haciéndolo casi inclinarse ante la mesa llena de las viandas favoritas y exquisitas en una combinación que sólo y nada más que él era posible haberlas ordenada con tal precisión. Cortesía de la casa. Además de hermosa tiene un agradable timbre de voz –pensó para sus adentros el exitoso hombre de negocios-, ¿Quién y como saben lo que me gusta desayunar? Preguntó sin tomar cubiertos y fabricarlos rústicamente de trozos de tostadas de tortillas de maíz frito. Y además jugo de arándano, exclamó con sorpresa mal fingida como que si fuera la primera vez que exigía con su desayuno se le sirviera. Su esposa, contestó apuntando hacia abajo con dirección a un punto lejano pero preciso de la playa donde se bañaban en la playa ella y su hijo, ambos levantaban su mano con ademanes de despedida, como si hubieran adivinado precisamente el momento justo en el que la hermosa camarera lo indicara, como si se hubieran puesto de acuerdo para que toda ésta pequeña despedida coincidiera.
Hasta el concierge mismo decía todas las noches, no se olviden del Señor Arándano que pide una jarra y solo se toma un vaso, que gente tan extraña inunda éste lugar les decía a sus acompañantes de turno. Yo la tomaría con vodka le contestó un empleado más que se encontraba al fondo. La hermosa camarera impávida ante el espectáculo de degustación, qué degustación de repugnante deglución, omelet de queso con champiñones salpicada de pequeñas gotas de sangre a las que el sibarita no prestaba la más mínima atención puesto que ambos elíxires se confundían uno con el otro mediante el escurrimiento del jugo de arándano tanto en su pecho y el borde de la bata como con las diminutas gotas lanzadas a diestra y siniestra sobre la íntima atmósfera del balcón de la suite con vista al mar numero dos mil setecientos ochenta y uno. Sentada ya como su acompañante, la hermosa camarera acostumbrada a huéspedes distinguidos como éste y que nada tienen de especial más que otros que haya atendido y conocido antes; bien sean los que se alojan en suite ó las habitaciones más sencillas de los primeros pisos, comprendió que le correspondía un doble papel similar al de Hércules que doma a la bestia y de Jesús contra los dos mil demonios. Todo se resumía a esperar pacientemente a alimentarlo hasta saciarlo y éste ya con el estómago pletórico notó por fin la notable presencia de la hermosa camarera. Tomó desesperado los cubiertos, los volvió a depositar y nerviosamente por fin se acordó que existía un tejido de material orgánico de color blanco y textura suave al tacto de forma cuadrada y doblada adecuadamente para que se limpiara las inmundas sobras y manchas de comida que cualquier caballero debe evitar a toda costa sea que se encuentre solo ó peor aún que se encuentre ante tan bella presencia. Exasperado pidió disculpas con expresiones corporales de inclinación del tronco hacia la dama que para él eran más que suficientes tratándose de hermosa pero simple camarera, al tiempo que notaba también por vez primera la sangre de un color más encendido al arrancar el coagulo que intentaba taponear la pequeña herida de la parta baja de su mandíbula izquierda. No se preocupe y ya no siga agitándose más usted mismo, que en poco tiempo ya no tendrá más sangre que circular en su propio torrente. Habla usted de una forma que yo no reconocería a una camarera sino fuera por su uniforme. Ya estoy más que satisfecho. No se ha terminado su jarra de jugo de arándano. Me basta con un solo vaso. Usted siempre exige una jarra. Bueno aquí el cliente soy yo. Cierto señor, usted es el cliente y yo solo vengo a cumplir órdenes supremas. ¿Por qué se animó a acompañarme? Su esposa así lo dispuso, como puede darse cuenta usted mismo en éste su último día no quiso desayunar y decidió bajar muy temprano a la playa junto con su hijo. Sí eso ya lo sé no me lo repita por favor. El punto aquí es el hecho de que yo nunca demostré aceptar su compañía por muy hermosa que usted me parezca y por mucho que sus argumentos sean tan sólidos para creerle que mi propia esposa, joven y hermosa ella tanto ó más que usted haya determinado semejante cosa para mí. ¿Le sirvo café? Y adelantando la cafetera a su taza ya dispuesta quien sabe en qué fracción de segundo, el completamente ignoto monólogo del exitoso hombre de negocios, fue llenándose de intenso y caliente líquido de aroma y color inconfundible de tan inigualable bebida. Disfrute por favor, le pidió la hermosa camarera. Regreso en un momento, al tiempo que se levantaba e intrépidamente ingresaba a la suite sin siquiera solicitar consentimiento alguno del distinguido inquilino. Alcanzó apenas a tomar tres grandes sorbos de la taza de café y en su mente habrán transcurrido no más allá de tres minutos. Escuchó un lejano murmullo en la planta baja, un cuerpo rodeado de gente. Mis lentes señorita. Ahora mismo se los llevo y la voz de la hermosa camarera efectivamente se percibía acercándose hacia el balcón. El exitoso hombre de negocios seguía esforzando la vista con dirección hacia el mismo punto para distinguir el trágico suceso. Debe de haber sido un jovencito drogadicto de esos que vienen en la primavera a éste paraíso terrenal, -springbreakers inquirió la hermosa camarera con frío tono de dictamen final e irrevocable-, sí de esos pubertos que no saben vivir la vida con moderación dijo al tiempo que volteaba hacia adentro del balcón. La hermosa camarera ya se encontraba justo en medio del vano de la puerta corrediza del balcón. Con la mano derecha sostenía una pequeña maleta abierta que contenía una muda de ropa nueva, un par de zapatos también de hechura nueva, un par de calcetines de algodón nuevos como él siempre elegía, un cinturón igualmente como acabados de hacer y un viejo libro de Saramago de un título largo de tapa amarilla y una cruz roja en el medio como único adorno del mismo y que nunca terminaba de leer porque le parecía un tanto extenso. En la mano izquierda y extendida hacia el exitoso hombre de negocios, sus lentes que había pedido. Sin comprender lo que sucedía tanto dentro como fuera del balcón y al mismo tiempo que tomaba sus lentes con toda prisa para colocárselos le recomendó a la hermosa camarera que leyera el libro que se encontraba dentro de su maletín que seguía abierto y a la vista de él mismo. ¿Seguro que ya lo terminó de leer? Sí, y dígame ¡¿Por qué lo duda?! Al mismo tiempo que volteaba la vista hacia el vacío del balcón en el punto de la tragedia antes dicha. Porque tiene puesto usted mismo un marcador en la página tres cientos veintitrés y con crayón rojo tienes enmarcado todo el texto de la página. Es que es tercera vez que lo intento leer y siempre ahí me quedo, me salto unas páginas y nunca lo termino de leerlo completo. La escena donde están sentados en una misma barca Jesús, Satanás y Dios es la única parte que me interesa, sobre todo lo que discuten entre ellos es genial. Todo esto se lo dijo sin voltearla a ver y aceptando con esto su media verdad, su media mentira. Entornó y fijó muy bien la mirada y el azotado en la planta baja no era un joven, era una persona mayor. La gente desde abajo parecía apuntar hacia él. El exitoso hombre de negocios sin dejar de apuntar hacia ellos, volteó a ver a la hermosa camarera. Ese hombre se parece a mí. Y sintiendo que el corazón se le detenía desacompasadamente le gritó, ¡Y ésa maleta es mía! Ella cerró la maleta con un único y enérgico movimiento que la selló por completo y sin contemplaciones de objetos sobrantes ó faltantes. Al exitoso hombre de negocios se le obscureció la vista para siempre, el cuerpo se le doblegó con rumbo hacia el vacío del balcón con vista al mar de la lujosa suite y que para todas las eras que han de venir por delante de éste momento, en su último latido del corazón y con la herida de su mandíbula izquierda ya sin sangre qué bombearle hacia el torrente, alcanzó a escuchar en su vuelo hacia el vacío lo que un segundo antes le había preguntado y que le sonó algo así como: ¡Y ése hombre eres tú!
FIN.*
AGUILARDO, 2012. *Cuento I de la serie: "Cuentos Para Antes de Partir".
FIN.*
AGUILARDO, 2012. *Cuento I de la serie: "Cuentos Para Antes de Partir".
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